La era de las águilas

Christian Temprano*

En el Seminario 11 Lacan habla de la esquizia entre el ojo y la mirada. Para dar cuenta de su planteo se apoya en el cuadro Los Embajadores, pintado por Hans Holbein en 1533. La obra muestra a dos hombres vestidos con prendas suntuosas y rodeados de objetos que se relacionan con el arte, la ciencia y la religión. Parado frente al cuadro el espectador ve en su centro una mancha, figura ovalada y algo confusa. Se trata del cráneo de una calavera, deformado por anamorfosis, que solo se hace presente como un “encuentro fugaz, cuando al salirse se dan vuelta para echar la última mirada”; [1] memento mori, irrupción que representa la vacuidad de la vida y el paso del tiempo; tyché a la que “hemos traducido por el encuentro con lo real”, [2] dimensión azarosa, imprevisto que rompe el automatón de la trama significante y sus determinaciones simbólicas; desgarro efímero que agujerea la seguridad de los semblantes y la cómoda armonía cotidiana.

La mirada, en tanto objeto a, da cuenta de una falta central que deja al sujeto en la ignorancia de lo que está más allá de la apariencia. Dice Jacques Alain-Miller: “Cuando hablamos del objeto a no se trata de un objeto convocado ante el sujeto de la representación (…) es un objeto articulado no al sujeto sino a su propia división”. [3] Ya desde 1964 Lacan advertía: “El espectáculo del mundo es omnivoyeur”. [4] Dirá Gérard Wajcman que actualmente se trata de un mundo que todo lo ve, de un ojo sin párpados: “Entramos en la era de las águilas. La característica de las águilas es tener los ojos más grandes que el cerebro. Esto no significa que sean idiotas, sino que piensan con sus ojos”; [5] para el ojo hipermoderno la verdad está en lo que se ve. Un mundo sin opacidad, utopía de las neurociencias y pesadilla de lo enaltecido por Tanizaki en su célebre Elogio de la sombra.

Me detengo en la obra The Virgin Mother, cuyo autor es Damien Hirst. Una escultura de bronce, de aproximadamente diez metros de alto. Se trata de una mujer desnuda que se erige de pie, embarazada. La piel ausente en la mitad de su cuerpo deja al descubierto sus músculos, su cráneo, sus órganos y al feto que lleva en su vientre. Hago extensiva a Hirst la crítica de Vilma Coccoz a las performances de Gunter Brus [6]: “su reflexión va más allá de la provocación, del escándalo, dando a ver la presencia real de la obscenidad, la inmundicia de un cuerpo sin envoltura simbólica, sin la decencia que otorga velar ese real al conseguir alojarlo en un semblante”. [7] La obra de Hirst escenifica en carne viva la negación de lo imposible, mostrando un cuerpo sin enigma ni misterio donde todo está a la vista. No se trata de una cuestión moral o de prejuicio, se trata de la pregunta actual por el sujeto del inconsciente. El psicoanálisis es una praxis que aborda lo real vía lo simbólico, orientación imperecedera y siempre vigente que invita a pensar el presente y el porvenir de nuestra práctica hoy en la era de las águilas.


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*Graduado del ICdeBA, actualmente cursando la Maestría en Clínica Psicoanalítica en IDAES-UNSAM.

NOTAS

  1. Lacan, J. (1964), El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 95.
  2. Ibid., p. 84.
  3. Miller, J.-A., “¡Alarma de bomba!”, en Extimidad, Paidós, Buenos Aires, 2020, p. 224.
  4. Lacan, J., op.cit., p. 83.
  5. Wajcman, G., El ojo absoluto, Manantial, Buenos Aires, 2011, p. 21.
  6. Pionero del movimiento conocido como Accionismo Vienés.
  7. Coccoz, V., “El cuerpo-mártir en el barroco y en el body art”, en Las tres estéticas de Lacan, Del cifrado, Buenos Aires, 2011, p. 129.

Imagen: Agradecemos la generosa colaboración de la artista Inés Díaz Saubidet – Tejer un río, bordado con sedalina, hilo perlé y lanas naturales, 2022.

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