Una ética de lo peculiar como estética de cada uno

Gabriela Cuomo*

Las referencias al arte, los artistas y a la estética como rama de la filosofía que se ocupa del arte, sus cualidades y las experiencias que nos suscita; están presentes a lo largo de la obra de Freud y de la enseñanza de Lacan. Se trata para ambos de relevar en la práctica artística y su obra una pragmática que nos enseñe sobre el goce y sus tratamientos posibles. Freud recurre a la Estética en “El chiste y su relación con lo inconsciente” para presentar al inconsciente como aparato de lenguaje que se sirve de las palabras como material plástico, para producir sentido, sin sentido y vehiculizar una satisfacción que se materializa en la risa; armando además en esa risa comunidad, parroquia, con otros. Vuelve a nutrirse de la Estética en “Lo siniestro” cuando intenta dar cuenta de la presencia en la vida psíquica de una tendencia originaria y pulsional que arrastra al sujeto, de manera demoníaca, más allá de los límites del placer. Luego en “El humor”, se ocupa de esa subvariedad de lo cómico, en la que se verifica un tratamiento de la ferocidad del Superyó atada a una decisión subjetiva: rehusarse a la compulsión al sufrimiento que el Superyó manda como vocero de la pulsión de muerte en el aparato.

La línea
Duilio Pierri

También puede leerse en la última enseñanza de Lacan su apoyo en el chiste y la poesía como modelos de un hacer con la lengua que se despreocupa de los efectos de sentido y sólo aspira a percutir en el cuerpo como caja de resonancia del goce. Lacan busca allí el hueso de lo que nuestra operación y presencia en la transferencia pueden producir sobre el síntoma contando sólo con la palabra como instrumento.

¿Qué se espera de una experiencia analítica? Freud decía en 1893: sería ya una buena ganancia mudar la miseria neurótica en infortunio ordinario.[1] Entre la desgracia como destino o como contingencia, se juega un tramo de la partida a la que somos convocados como analistas. Sabemos de qué estofa está hecho un destino trágico y miserable. Lo llamamos, con Freud y Lacan, masoquismo. Se trata de verificar cada vez, si nuestra acción, que se sirve de la palabra, puede producir efectos en el campo de la satisfacción de aquel que viene a hablarnos; si puede afectar el cuerpo como territorio de la vida y el goce.

¿Qué tenemos para ofrecer a la demanda de felicidad [2] que se nos dirige? El deseo del analista, [3] ese operador fundamental que sostiene nuestra praxis, enmarcando lo que decimos y hacemos en una política: la del síntoma. Si nada en nuestra naturaleza nos indica el camino a la satisfacción (sus vías, su objeto); queda claro, como dice Freud, que se necesitan construcciones auxiliares [4] para soportar la vida. El síntoma es el aparejo auxiliar de cada parlêtre.

Para Freud nuestra intervención sobre el síntoma debe resguardar la peculiaridad [5] del paciente. No somos educadores, no nos proponemos como modelo a seguir, tampoco alentamos tal o cual desenlace para el conflicto que cada sujeto sostiene con el goce y sus avatares. La peculiaridad puede pensarse como un nombre de lo más propio, marca de lo incurable. Tal vez, análisis mediante, eso puede devenir estilo.

* Miembro de la EOL y la AMP
Actualmente integrante del Comité Editorial de El Caldero
Docente Fac. de Psicología-UBA

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NOTAS

  1. Freud, S., (1893-1895), “Estudios sobre la histeria”, Obras Completas, Vol. II, Amorrortu, Buenos Aires, 2007, p. 309.
  2. Lacan, J., (1959-1960), El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 357.
  3. Lacan, J., (1964), El Seminario, Libro 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 284.
  4. Freud, S., (1930 [1929]), “El malestar en la cultura”, Obras Completas, Vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 2007, p. 75.
  5. Freud, S., (1937), “Análisis terminable e interminable”, Obras Completas, Vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 2006, p. 251.

Agradecemos la generosa colaboración de Dulio Pierri, “La línea“.

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